Dossier Crisis Económica. Una crisis sistémica, global, y de larga duración. Entrevista con Michel Husson


Michel Husson (1949) es un economista marxista muy reconocido en la izquierda francesa, autor de varios libros, entre ellos Critique de la marchandisation (próximo a aparecer). Durante casi tres décadas, hasta el año 2007, fue miembro de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), la principal organización de lo que en Francia se llama la “extrema izquierda”. Esta entrevista apareció originalmente en inglés el 24 de julio pasado en el periódico británico Solidarity. El sitio personal de M. Husson (en francés) es http://hussonet.free.fr


La traducción y las notas son de Guillermo Crux.

 

¿Cómo evaluás los cambios en el sistema financiero durante los últimos 25 años? ¿Cómo deberíamos evaluar la crisis actual a la luz de aquellos cambios del sistema financiero? ¿Y cómo deberíamos evaluar esos cambios a la luz de la crisis actual?


Deberíamos analizar las transformaciones del sistema financiero sobre la base de dos tendencias fundamentales que han venido operando desde comienzo de la década de 1980. La primera es la tendencia al aumento de la tasa de explotación: en casi todo el mundo la proporción de la riqueza producida que vuelve a los asalariados ha decrecido, y las economías emergentes no son la excepción. Incluso el FMI y la Comisión Europea están registrando este hecho.

La disminución de la porción de la riqueza que va a parar a los salarios ha permitido una recuperación espectacular del promedio de la tasa de ganancia desde mediados de los ’80. Sin embargo, y aquí aparece la segunda tendencia, la tasa de acumulación ha continuado fluctuando a un nivel más bajo que antes de la crisis (1).


En otras palabras, lo que se le quitó a los salarios no ha sido utilizado para invertir más. No ha operado el “teorema de Schmidt”, enunciado por el canciller alemán Helmut Schmidt a comienzos de los ’80, ese que decía que las ganancias de hoy son las inversiones de mañana y los puestos de trabajo de pasado mañana.


La masa creciente de plusvalor que no se ha acumulado se ha distribuido principalmente bajo la forma de rentas financieras, y allí es donde encontraremos la fuente del proceso de financierización. La diferencia entre la tasa de ganancia y la tasa de acumulación es un buen indicador del grado de financierización. También podemos ver que el aumento del desempleo y la precarización laboral va de la mano del crecimiento de la esfera financiera.


Allí también la razón es sencilla: las finanzas han logrado sustraer la mayor parte de lo que se ganó con el aumento de la productividad, para desventaja de los asalariados, manteniendo los salarios bajos y no reduciendo lo suficiente, o incluso aumentando, la jornada laboral. Entonces, las relaciones entre el capital productivo y el capital financiero se han modificado profundamente, y las exigencias de la súper rentabilidad llegan a pesar, a través de un efecto de retroalimentación, sobre las condiciones de explotación.


A pesar de esto, debemos evitar tener una visión sólo “financierista” del capitalismo contemporáneo, que vería una tendencia autónoma a la financierización que contaminaría el funcionamiento normal del “buen” capitalismo industrial. Esos sería separar artificialmente el rol de las finanzas y de la lucha de clases sobre el valor agregado. Debemos articular el análisis de los fenómenos correctamente: cuando la tasa de ganancia crece debido al estancamiento de los salarios, sin recrear las condiciones para una acumulación rentable, las finanzas toman un rol funcional en la reproducción ofreciéndole al mercado salidas alternativas a la demanda económica de los asalariados. Este enfoque se confirma si tomamos en cuenta a la globalización. En la constitución progresiva de un mercado mundial, las finanzas juegan un rol en abolir, tanto como se pueda, las fronteras entre los espacios de valorización. La gran fortaleza del capital financiero es que ignora las fronteras geográficas o sectoriales, porque ha logrado los medios para moverse rápidamente de una zona económica a otra o de un sector a otro: los movimientos de capital ahora se pueden desplegar a una escala expandida considerablemente.

Aquí la función de las finanzas es intensificar las leyes de la competencia haciendo más fluidos los desplazamientos del capital. Parafraseando lo que dijo Marx sobre el trabajo, podemos decir que las finanzas globalizadas son el proceso de abstracción concreta que sujeta cada capital individual a una ley del valor cuyo campo de operaciones se expande sin cesar. Por lo tanto, el rasgo principal del capitalismo contemporáneo no es una oposición entre capital financiero y capital productivo, sino la híper competencia entre capitales generada por la financierización.

 

Los marxistas consideran habitualmente a la tasa de ganancia como un índice clave de la salud del capitalismo. Pero, según algunas estimaciones, el crecimiento de la tasa de explotación ha provocado una recuperación sustancial de la tasa de ganancia desde la década de 1980. ¿Estás de acuerdo con este análisis?

 

El análisis de la crisis actual debería comenzar con un estudio del desarrollo de la tasa de ganancia. Después de las recesiones generalizadas de 1974-75 y 1980-82, se abrió una nueva fase en el funcionamiento del capitalismo, que por acuerdo general podríamos llamar neoliberal. El comienzo de los ’80 fue un verdadero punto de inflexión. Se desató una tendencia fundamental hacia el incremento de la tasa de explotación. Y eso ha llevado a un aumento continuo en la tasa de ganancia.


Para un marxista acostumbrado a pensar en términos de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, este giro en redondo podría ser desconcertante. Por supuesto que uno puede evadir esta dificultad tratando de mostrar que si se mide correctamente la tasa de ganancia, al final, a pesar de todo, tiene una tendencia a caer. Pero esos esfuerzos no están bien fundados teóricamente y, aunque no tengo el tiempo para discutirlo aquí detalladamente, creo que el argumento tradicional sobre la tendencia a la caída de la tasa de ganancia es erróneo (2).


Es más ilustrativo que nos concentremos en la característica fundamental de la fase neoliberal, más o menos sin precedentes en la historia del capitalismo: la recuperación de la tasa de ganancia no ha llevado a un aumento simultáneo de la tasa de acumulación. Esta última, sacando un promedio sobre las distintas fluctuaciones, y exceptuando el episodio sobre la “nueva economía” en los EE.UU (3), ha permanecido a un nivel relativamente bajo.


Si analizamos esto partiendo de los esquemas marxistas de reproducción, vemos un problema de realización, ya que ni la demanda de los asalariados, ni la plusvalía acumulada, están creciendo a la misma tasa que el producto social. La solución a este problema se basa en el reciclaje de la plusvalía no acumulada a través de la financierización de la economía.


Este bosquejo rápido entonces nos lleva de vuelta a dos problemas esenciales. Primero, que la financierización no es un factor autónomo, sino el complemento lógico de la reducción de la porción de los salarios y de la escasez de posibilidades suficientemente rentables para invertir. Segundo, que el incremento de las desigualdades sociales (dentro de cada país, y entre zonas de la economía mundial) es una marca esencial del capitalismo contemporáneo.

 

Las crisis financieras a veces llevan a crisis en la producción y el comercio, pero no siempre es así. La actual crisis financiera llega en un momento en que las tasas de ganancia son generalmente altas. ¿Te parece que a pesar de esto va a llevar a llevar a una crisis seria en la producción y el comercio, y cómo lo hará?

La crisis actual no es sólo financiera, porque pone en cuestión el modo de crecimiento en los EE.UU y la configuración de la economía mundial. En EE.UU, el crecimiento estuvo basado en el empuje del consumo, sostenido por un declive continuo en la tasa de ahorro de las familias. En cierta forma fue un crecimiento basado en el crédito, que presuponía un flujo de capital desde el resto del mundo para financiar el déficit comercial que resultó de la ausencia de ahorro interno.

Agreguemos a esto el déficit presupuestario, que se explica en gran medida por los costos de la intervención en Irak. Entonces, tenemos que ese modelo de crecimiento está basado en un doble desequilibrio, interno y externo. Las finanzas juegan un papel esencial en manejar ambos desequilibrios. Internamente, son las finanzas las que han posibilitado el crecimiento de la deuda, especialmente en el mercado de hipotecas. Externamente, las finanzas tienen la función de mantener el equilibrio de pagos.

La crisis actual pone en cuestión ese régimen de acumulación. Las deudas de las familias ahora están bloqueadas, y los flujos de capital desde el extranjero ya no están garantizados. Por consiguiente, la crisis financiera llevará probablemente a una recesión en los EE.UU, o al menos a una desaceleración duradera del crecimiento. ¿Se transmitirá tal desaceleración al resto de la economía mundial? En estos días es común escuchar hablar de “desacople”, que quiere decir que el crecimiento de las economías emergentes podría mantener la demanda mundial lo suficiente como para que el impacto de la desaceleración norteamericana sea limitado.

Pero esta visión no tiene en cuenta el entrelazamiento de la economía mundial, que también involucra las relaciones entre Europa y EE.UU y entre China y el resto de Asia. La dependencia de las exportaciones hacia EE.UU no se puede medir simplemente por el porcentaje que abarcan en el total de las exportaciones de China. Eso sería subestimar las interrelaciones entre China y otros países del Asia. En Europa también, el crecimiento económico reducirá su velocidad, por tres motivos: el tipo de cambio muy alto del Euro con relación al dólar; los precios de las materias primas importadas; y las políticas económicas de los gobiernos desfavorables al crecimiento y al empleo.

Finalmente, la crisis puede animar posiblemente un crecimiento económico más centrado hacia adentro de China, reduciendo su contribución al comercio mundial.

 

El sector financiero se alimenta cada vez más sobre la base de ingresos individuales, más que en transacciones comerciales. ¿Cuáles son las implicancias de este hecho para el impacto de la crisis sobre las familias trabajadoras?

¿La gran pregunta es, cuáles capas sociales son las que cargarán con los costos de la crisis? La respuesta es diferente en las distintas zonas de la economía mundial. Podemos bosquejar sus principales contornos. En los EE. UU, obviamente la crisis hipotecaria está sumergiendo un gran número de familias en la pobreza.

En numerosos países en vías de desarrollo, el alza de los precios de los alimentos ya ha incrementado bruscamente la cantidad de personas afectadas por la desnutrición e incluso el hambre. Están pagando el precio de las políticas agrícolas neoliberales que se han concentrado en las exportaciones y han destruido la agricultura tradicional.

En Europa, la política monetaria restrictiva del Banco Central Europeo pretende lograr que sea el poder adquisitivo de los asalariados el que cargue con el impacto de la subida de los precios de los productos primarios. La lógica implacable del capitalismo insiste en que sean los trabajadores los que tengan que recoger las piezas por los caprichos del sistema. Para absorber las pérdidas, será necesario limpiar la economía sobre las espaldas de la clase obrera, frenando el crecimiento, aumentando las tasas de interés, y usando las perturbaciones actuales de la economía mundial como un pretexto para aplastar una vez más los salarios de la mayoría.

Según el último informe de la Organización Internacional del Trabajo [OIT], la conmoción financiera podría llevar a cinco millones de nuevos desocupados en el mundo en 2008, un año "lleno de contrastes e incertidumbres", como dice prudentemente el director general de la OIT. Si estas tendencias se agudizan, sólo pueden empeorar los efectos recesivos de la crisis conteniendo la demanda.

A la inversa, este hecho muestra que el resultado de la crisis es un problema eminentemente social. En todas partes del mundo, una transición a un modo menos caótico de crecimiento requeriría una distribución de ingresos diferente, más igualitaria, que permitiría una reducción de los flujos de activos inmovilizados que están en la raíz de la crisis financiera recurrente, una reducción de la intensidad del comercio internacional (y, de paso, las emisiones de dióxido de carbono), y una mejor respuesta a las necesidades sociales. El caso de los EE. UU es casi una caricatura por su grado extraordinario de desigualdad en la distribución de ingresos. Durante los últimos 15 años, sólo el 10 ó el 20 % más rico de la población han sacado provecho del crecimiento económico, y se han lanzado a un frenesí del consumo. Para establecer un modo estabilizado de crecimiento, es necesaria una redistribución radical de ingresos (4). Allí también, nos chocamos con la cuestión social.

 

¿Cómo ves la situación actual del capitalismo? ¿Todavía está empantanado en una "turbulencia global" que se originó en los años '70? ¿O ha desarrollado un nuevo modelo de expansión generalizada?

En términos de la teoría de las ondas largas de Ernest Mandel (5), afrontamos una configuración ambivalente. Por una parte, podríamos decir que el capitalismo ha tenido éxito, ya que ha restablecido una tasa de ganancia alta, y la fase actual podría caracterizarse como de expansión. Pero si tomamos como criterio la tasa de acumulación ("la ley y los Profetas" del capital, según Marx), podríamos decir al contrario que el capitalismo está empantanado en una fase de recesión y dinamismo disminuido.

Sumemos a esto dos elementos económicos: la inestabilidad específica creada por el peso de las finanzas, con una serie innumerable de crisis, y el desequilibrio fundamental que el déficit comercial de los EE. UU introduce en la configuración actual de la economía mundial. Este desequilibrio fundamental es el síntoma de una crisis sistémica que tampoco tiene precedente en la historia de capitalismo, y está situada a un nivel más profundo, que pone en cuestión los agentes esenciales de este modo de producción.

El origen de esta crisis es la brecha creciente que existe entre las necesidades sociales de la humanidad y el modo capitalista de satisfacer aquellas necesidades. La demanda social apunta a las mercancías que no son susceptibles de producirse para obtener el máximo de ganancia. La brecha crece en dos dimensiones principales.

La primera, en los países desarrollados, es el desplazamiento de la demanda desde los productos manufacturados (en cuya elaboración hay una alta productividad) hacia los servicios, con los cuales gana una menor productividad, y así se asocian perspectivas más modestas de ganancia. No hay ninguna nueva producción económica que haya adquirido en una escala suficiente el papel que jugó la industria del automóvil en la fase precedente, "fordista".

La segunda dimensión es geo-económica, y resulta de la globalización. La globalización tiende a crear un mercado mundial, o en otras palabras un espacio ampliado de valorización. Los niveles inferiores de productividad de los sectores menos avanzados se enfrentan directamente con las demandas de rentabilidad según el desempeño de los países o negocios más competitivos. Así, se ocasiona un "efecto expulsión", de modo que un cierto número de líneas de producción y de necesidades sociales que podrían satisfacer ya no son admisibles debido a los criterios de híper rentabilidad que tienen que enfrentar. En estas condiciones, la reproducción del sistema pasa por un doble movimiento: la extensión del dominio de las mercancías, y la negativa a responder a necesidades que no son rentables.

El capitalismo contemporáneo es así un "capitalismo puro", en el sentido de que ha reunido las condiciones que él mismo exige para un funcionamiento óptimo desde su punto de vista. En vez de una mejora social, la competencia pura y perfecta, libre de regulaciones, rigideces y otras deformaciones, deja en evidencia una ausencia total de legitimidad, ya que el desideratum principal para el éxito del sistema es explícitamente la regresión social.

 

Desde los años '70 al menos, la opinión de que los EE. UU están en proceso de perder su posición hegemónica es la visión mayoritaria entre los marxistas. ¿Pensás que la hegemonía de EE. UU está realmente en decadencia? ¿O que lo estará en el futuro próximo? ¿Si esto es así, generará esta decadencia desequilibrios y crisis en el sistema?

La hegemonía de EE. UU ha tenido este rasgo paradójico; que se ha apoyado, durante dos décadas, en la importación y no en la exportación de capital, al contrario de todas las definiciones clásicas del imperialismo. Ningún otro país habría sido capaz de administrar un déficit comercial tan grande sin incurrir en una crisis monetaria; y en efecto es su posición como potencia dominante lo que le ha permitido recientemente a EE. UU dejar que caiga el tipo de cambio del dólar. Podríamos hablar de una "decadencia imperial del dólar" en el sentido que, en aquel período reciente, la fuerza de EE. UU se ha medido por la debilidad de su moneda. Además del hecho de que el dólar funcionó como divisa mundial, hubo en esta situación algunas determinaciones más objetivas: la estabilidad de las inversiones financieras que se ofrecieron, principalmente bonos del Tesoro, y un desempeño financiero relativamente bueno.

Pero la afluencia permanente de capital también se podría explicar, a partir de mediados de los años '90, por la aceleración de las ganancias de productividad en EE. UU. Parecía que este fenómeno marcaba la reafirmación de la supremacía de EE. UU en la esfera productiva misma, como un lugar dinámico de innovación y por lo tanto de rentabilidad. Esto estaba en los cimientos de la "nueva economía" y del boom de la Bolsa que lo acompañó. Esta es la razón por la cual es absolutamente fundamental saber si lo que constituyó la base material de una nueva fase de expansión fue un salto en la productividad, o un ciclo de alta tecnología.

En el primer caso, los cimientos de la hegemonía norteamericana se renovarían sobre la base de un avance productivo objetivo. En retrospectiva, parece que los hechos ahora confirman la tesis de un ciclo de alta tecnología. De hecho, la productividad del trabajo por hora en EE. UU se ha desacelerado en los últimos años, y ha caído a una tasa de crecimiento por debajo del 2 %, comparable a la tasa que tuvo durante las tres décadas anteriores a la "nueva economía". Así, la "nueva economía" aparece como un interludio, que provisionalmente reanima el ritmo de la fase de expansión que se terminó en 1967.

 

¿Te parece que lo que se ha dicho en los últimos años sobre el ascenso de los países del "BRIC" (Brasil, Rusia, India, China), y quizás también de otros países, como Corea del Sur, México, o Sudáfrica - es sólo periodismo superficial? ¿O que refleja un verdadero cambio en la relación de fuerzas capitalista a escala mundial?

El ascenso de las economías emergentes representa manifiestamente una gran inflexión en la configuración de la economía mundial. Podemos observarlo objetivamente en las tasas de crecimiento relativas de las distintas regiones del mundo.

Pero el cambio más espectacular está en la inversión de los flujos de capital, o en otras palabras, el hecho de que las economías emergentes se han vuelto acreedoras netas. Los recientes rescates financieros a los bancos de los países más ricos por parte de los fondos de riqueza soberanos de países del Sur es la manifestación más espectacular. Podríamos hablar aquí de un "efecto búmerang" de la globalización que pone en cuestión la noción clásica del imperialismo, para no hablar de las teorías dominantes. Por supuesto, todavía hay zonas inmensas de dependencia "clásica". Esta nueva configuración genera incertidumbres en cuanto a su sustentabilidad a mediano plazo. De hecho se basa en los excedentes comerciales logrados por las economías emergentes, algunos de ellos expandidos por la suba de precios de los productos primarios. La contraparte principal de aquellos excedentes es el déficit comercial de EE. UU, que necesita una afluencia regular de capitales. Pero con la recesión y la caída de las tasas de interés, y la depreciación continua del dólar, hay menos motivos para que el capital se establezca en EE. UU.

Hoy, son los bancos centrales de las economías emergentes los que financian el déficit estadounidense, y eso es tema de una opción puramente política que no tiene ninguna razón para sostenerse por siempre. Objetivamente, los bancos centrales harían mejor en mantener sus activos en euros, en vez de dólares, o al menos en una mezcla mejor equilibrada de los dos. Ahora, si miramos el aspecto productivo, la contraparte de los excedentes de las economías emergentes está en una extraversión en sus economías que implica limitar la demanda interna y, para la mayoría de la población, un avance en el poder adquisitivo mucho más bajo que el crecimiento de la economía. Este esquema no es sustentable, y va a llevar inevitablemente a luchas sociales que pueden terminar en un modo de crecimiento más centrado hacia lo interno, un poco como en Corea del Sur, y así a una reducción de los excedentes.

Pero es una perspectiva de mediano plazo que no es una solución inmediata a la crisis. Por eso la economía mundial ha entrado, durante un tiempo indeterminado por venir, en un período de profundización de las guerras comerciales y de las contradicciones intercapitalistas, lleno de amenazas.

 

¿Pensás que las perturbaciones económicas actuales se desarrollarán de tal modo de generar crisis en los países del "BRIC"? ¿Cómo evaluás la probabilidad de que la enorme afluencia de capital hacia EE. UU desde Asia y los países exportadores de petróleo se acabe, y que resulte en un declive desastroso del dólar? ¿En el curso de las perturbaciones actuales? ¿O en los próximos años?

El dólar ya ha tocado su mínimo histórico, y, ya que su destino hoy depende de la actitud de los bancos centrales de los países con excedente comercial, es difícil que pueda caer más. Por lo tanto, no se puede contar con ninguna depreciación adicional del dólar, para ajustar la balanza de pagos de EE. UU.

Sin duda será necesaria una dosis de recesión, pero también, sobre todo, una desaceleración seria del crecimiento. Desde este punto de vista, seguramente que el resultado principal de la crisis del mercado subprime es haber puesto un final definitivo al modo de crecimiento de EE. UU establecido en la era Reagan. Además, más que ponernos a hacer un ejercicio de pronóstico, es más estimulante reflexionar sobre las coordenadas de una configuración más equilibrada de la economía mundial.

El modo de desinflar la esfera de los intercambios globalizados y reducir los desequilibrios globales es básicamente el mismo en todas partes: a saber, reenfocar la actividad económica hacia la demanda interna, o en otras palabras, la satisfacción de las necesidades sociales. Pero ese camino implica un cuestionamiento radical de las tendencias del actual "capitalismo puro", e incluso una recesión no alcanzará para poner en marcha una reorientación así. Las reacciones espontáneas en defensa de los intereses sociales del capitalismo empujarán en la dirección contraria, porque es difícil para las clases poseedoras renunciar a las grandes y desproporcionadas sumas que arrancan a los asalariados del mundo entero.

Supongamos que este año produce una desaceleración muy desigual de la economía mundial, y que no se transforma en una recesión generalizada. Incluso en este caso, 2008 demostrará lo insostenible que es el frágil equilibrio de la economía mundial, y cómo se encuentra ahora al borde del colapso. Cuando hemos visto, EE. UU tendrá dificultades en seguir haciendo que el resto del mundo financie su profundo déficit comercial, o en la esperanza de reducirlo por una devaluación interminable del dólar, sin que eso desate nuevas tensiones con China y Europa. Las disfuncionalidades estructurales de la Unión Europea también se verán con toda su claridad. Y el modo de crecimiento de las economías emergentes, basado totalmente en sus exportaciones, también mostrará sus límites.

Así el 2008 permitirá que entendamos el contenido social de la configuración actual de la economía mundial: sus desequilibrios están basados en el carácter profundamente inequitativo de las sociedades que son su base. Más allá y además de las diferencias obvias que existen entre EE. UU, China, y Europa, estos tres grandes polos tienen un rasgo fundamental en común, que es la reducción regular de la parte de la riqueza producida que vuelve a sus productores. Es esa tendencia la que crea el sobreendeudamiento y el déficit en EE. UU, desempleo en Europa, y la prioridad a las exportaciones y la sobreacumulación en China.

La otra lección que podemos sacar de esta historia es que la legitimidad del capitalismo hoy está profundamente debilitada. Los éxitos que se anota son directamente proporcionales a la regresión social que logra imponer, sin compensación ni contraparte. Incluso si la relación de fuerzas está en su favor, debería quedar claro al menos una cosa: los proyectos que pretenden regular, disciplinar, o humanizar este sistema en el contexto actual son pura utopía, en el mal sentido del término.

 

Notas:

1- Se refiere a la crisis del fin del boom económico que se extendió entre el final de la Segunda Guerra Mundial y mediados de los años ’70, a la que la burguesía respondió lanzando el “neoliberalismo”.

2- Creemos que aquí Husson se equivoca al negar esta tendencia de conjunto. El aumento de la tasa de explotación, para Marx, es un factor que contrarresta a la tendencia a la caída de la tasa de ganancia pero que no anula los factores que conducen a ella. Es la acumulación de capital que conduce por su propia lógica al reemplazo de trabajo vivo (trabajo asalariado) por trabajo maquinaria en escala creciente bajo la presión de la competencia capitalista

3- Se refiere al estallido de la burbuja especulativa alrededor de las empresas de internet, de fines de los años ’90 y que estalló en el año 2000. 

4- Agregamos nosotros que esta redistribución radical, a largo plazo choca con la lógica del capitalismo porque socava la tasa de ganancia, y cuando esto ocurre, el capital pasa a la ofensiva contra los trabajadores para intentar recomponerla implantando una nueva relación de fuerzas, como ocurrió a fines de los ’70. Por lo cual se hace necesario acabar de conjunto con un sistema que pone la rentabilidad para unos pocos por delante de las necesidades de la mayoría de la humanidad.

5- Ernest Mandel (1923-1995) fue un dirigente trotskista y renombrado economista, fundador de la LCR francesa en donde militó Husson. Su teoría de las ondas largas del desarrollo capitalista planteaba, en síntesis, que junto al ciclo normal capitalista descrito por Marx (ciclos clásicos de renovación del capital fijo y que tienen una duración aproximada de 10 años), existían “ciclos mayores” cuya duración se extendía alrededor de 50 años. Esta teoría le daba al capitalismo imperialista una regularidad y estabilidad a largo plazo, basada puramente en factores económicos y prescindiendo de los políticos que no permitía explicar las convulsiones por las que atravesó a lo largo del siglo XX. Para una crítica de esta teoría ver Christian Castillo “La crisis y la curva del desarrollo capitalista”, y Paula Bach, “El boom de la posguerra (un análisis crítico de las elaboraciones de Ernest Mandel)”, en Revista Estrategia Internacional N° 7, marzo-abril 1998, www.ft-ci.org