Añorando un capitalismo incluyente. Una polémica con las ideas de Maristella Svampa. Ezequiel Castro


La autora con la cual polemizaremos en esta nota (1) , puede ser ubicada dentro de una corriente de pensamiento más general que, más allá de las particularidades de cada autor, viene predominando en los estudios y orientaciones académicas desde el 2001 en adelante. Son los autores englobados en lo que se podría llamar la izquierda académica (teóricos de los nuevos movimientos sociales y de la protesta social). Por su parte, Svampa se reconoce como parte de lo que ella llama el “intelectual anfibio”, que desarrolla su actividad tanto en el mundo académico como en el de los movimientos sociales, sin renunciar a ninguno de ellos, planteando la necesidad de articularlos, sosteniendo un fuerte compromiso militante con ellos.

En sus trabajos, la autora, se ha dedicado a dar cuenta de los cambios ocurridos a partir de la irrupción del neoliberalismo y de las consecuencias que estos tuvieron sobre los sectores populares. Pero gran parte de sus conclusiones estuvieron acompañadas por las diversas teorías que sostuvieron que los cambios ocurridos, configurarían los contornos de una “nueva época”, en la cual las categorías marxistas fundamentales ya serían cosas del pasado. De esta manera, el marxismo no serviría para entender la sociedad actual.

En las obras de Svampa las ideas de que estamos en una sociedad postindustrial y del fin de la sociedad salarial aparecen como los marcos fundamentales de referencia teórica. La clase obrera, el proletariado clásico, habría perdido toda relevancia para hacer frente a los males de la nueva sociedad. Así, habrían surgido nuevos sujetos de cambio expresados en los movimientos sociales, que llevarían a estos autores a cuestionar el lugar central que el marxismo le asignaba a los asalariados como sujeto transformador. Por ende, sería imposible articular una identidad transformadora y hegemónica a partir del mundo del trabajo.

En los apartados siguientes discutiremos contra algunos de estos argumentos, que la autora esboza en su libro La sociedad excluyente (2) y en su última publicación denominada Cambio de época (3).

¿Adiós a la clase obrera?

Los cambios económicos que comenzaron desde mediados de los 70 a nivel mundial, inauguraron la ofensiva neoliberal. Según Svampa, en América Latina las dictaduras militares habrían tenido como objetivo terminar con el modelo económico de desarrollo industrial orientado al mercado interno y con la intervención reguladora del Estado como “agente y productor de la cohesión social (por medio del gasto público)”. Como plantea en La Sociedad Excluyente, a partir de entonces se habría terminado con una sociedad “homogénea” que estaría caracterizada por la integración de una parte importante de la clase trabajadora al mercado de consumo y a la vida política ciudadana, así como por la expansión de las clases media asalariadas.

Frente a esto, el avance de la ofensiva neoliberal habría implicado un irreversible proceso de desindustrialización, registrándose el pasaje “a una economía centrada en los servicios” (4). Este mismo pasaje habría tenido como resultado un proceso que implicó tanto “el quiebre del mundo obrero como la progresiva territorialización y fragmentación de los sectores populares” (5). Como señala, las transformaciones estructurales que llevaron a esta profunda fragmentación de los trabajadores implicarían la imposibilidad de constituir una subjetividad a partir del “lugar de trabajo” . Por eso llega a sostener que hoy “lo que queda del mundo obrero se debate así en la dificultad de existir en términos colectivos” (6).

Creemos que las transformaciones mencionadas de los últimos 30 años, provocaron profundos cambios en aquélla “identidad”. Si por un lado la clase obrera es hoy más numerosa, y cuenta con un poder económico superior al de los tiempos en que Marx escribía el Manifiesto Comunista (como veremos más abajo), por el otro la ofensiva neoliberal provocó una crisis sin precedentes en lo que los marxistas llamamos la subjetividad de los trabajadores, es decir en qué medida la clase obrera se considera a sí misma un sujeto social activo que puede modificar la sociedad, ya sea para reformarla sin cuestionar de fondo al capitalismo, o como sujeto revolucionario que aspira a superarlo.

La restauración capitalista en el antiguo bloque soviético y en China, y las terribles consecuencias en la conciencia del proletariado del hecho de que durante décadas ante los ojos de la mayoría se viera al stalinismo como la encarnación del socialismo (7) (lo cual desacreditó brutalmente la idea de la revolución entre los trabajadores), facilitaron la propaganda imperialista de que no había alternativa frente al capitalismo y a la democracia burguesa.

Además, la participación directa o la impotencia de las burocracias sindicales frente a la aplicación de políticas neoliberales provocó un retroceso importante en las organizaciones de los trabajadores, llevando a que en países de histórica afiliacón masiva a los sindicatos, se diera lugar a una reducción muy importante.

Como resultado de todo esto, la crisis de su subjetividad ha llegado al punto de que aspectos elementales de solidaridad entre los trabajadores han desaparecido, como vimos con la gran disminución de huelgas y medidas de fuerza masivas contra los ataques de las empresas, como los despidos y la imposición de los contratos precarios.

En Argentina, esto se ve en que aún hoy pesan fuertemente las consecuencias de la derrota de la lucha contra las privatizaciones (YPF, Ferrocarriles, telefónicos) que se dieron a comienzos de los `90, y que sólo empezaron a revertirse con las puebladas del 96-97, el surgimiento del movimiento de trabajadores desocupados y en las jornadas del 2001.

Hoy, producto del crecimiento económico que se da desde comienzos de este siglo, estamos asistiendo al fortalecimiento del poder estructural de los trabajadores; y desde hace dos o tres años, aunque lenta y tortuosamente, empezamos a ver un incipiente movimiento de recuperación de organismos sindicales de base, que salen a pelear por recuperar lo perdido. Esta recomposición, fundamentalmente económica y social y, en menor medida, sindical, encierra para nosotros una gran potencialidad, que apostamos a desarrollar desde una perspectiva revolucionaria.

Pero el desmantelamiento del modelo de acumulación precedente (8) no es bajo ningún punto de vista sinónimo de la entrada a una “sociedad postindustrial” (y de la consiguiente pérdida del poder estructural de la clase trabajadora), ni sinónimo de la imposibilidad de que se constituya como “colectivo”.

El problema radica en que, por un lado la autora absolutiza estas tendencias y no pone en su justa medida las profundas transformaciones que comenzó a experimentar nuestra sociedad en los últimos 30 años; y, por el otro, cae en una vision mecanicista a la hora de pensar la posibilidad de constituir una subjetividad de los sectores populares.

Una nueva organización de la explotación capitalista.

En primer lugar, pasemos a explicar cuáles son las causas que explican tales transformaciones económicas y cual es la situación de la clase obrera.

La crisis de acumulación capitalista que se da a partir de mediados de los 70 y la dificultad de la gran burguesía mundial para mantener sus ganancias la llevó a desatar una brutal ofensiva sobre los trabajadores del mundo entero. como se explica en la entrevista a M. Husson en el Dossier, la base para recuperar su tasa de ganancia era bajar lo más que pudieran el costo laboral (aumentando la tasa de explotación) y desregularizar y liberalizar el flujo de capitales, y fundamentalmente en el mercado financiero. Para ello, tuvieron que derrotar la resistencia de la clase trabajadora a nivel mundial.

Así, el neoliberalismo consistió en una relocalización de la producción capitalista a nivel mundial. Mientras países como EEUU y la UE pasaron a concentrar los trabajos complejos y la ciencia básica, al mismo tiempo que se desindustrializaban y crecían los servicios, otras zonas que antes eran atrasadas economías agrarias, como el sudeste asiático, China e incluso México, vieron crecer de la noche a la mañana vastísimos complejos in dustriales con centenares de millones de nuevos proletarios de cuello azul. Otros se mantuvieron esencialmente como productores de materias primas, como el nuestro. Es decir, que lo que se produce es una expansión del trabajo asalariado sin precedentes. La visión de Svampa no comprende este fenómeno mundial, pues su análisis es estrechamente local.

Con la restauración del capitalismo en lo que fue la URSS, Europa Oriental y China, el mercado de trabajo mundial capitalista se multiplicó por dos, a lo que se suma la incorporación del gigantesco proletariado de la India (9). Estos nuevos miles de millones de trabajadores se incorporaron al “mundo” capitalista en las peores condiciones, presionando a la baja los salarios de los trabajadores del mundo entero. Esto se combinó con la desocupación y fragmentación laboral creciente en otros países periféricos que también actuaba como fuerza disciplinadora, como vimos en la Argentina.

Todas estas transformaciones configuraron un cambio en la orientación de la producción capitalista, desde una sostenida en el consumo de masas (conocida como “modelo fordista”), hacia una dirigida al consumo de una élite de mayor poder adquisitivo. Como se ve, lejos de estar frente al fin de la sociedad salarial, asistimos a un proceso de reconfiguración de la fuerza de trabajo que les permitió a los capitalistas recuperar y mantener sus ganancias siderales.

En Argentina lo que estos cambios significaron fue un proceso de desindustrialización parcial acompañando por una profunda reconfiguración y fragmentación de la clase obrera, cada vez mas dividida en trabajadores ocupados y desocupados, y a lo que se sumó la generalización de la precarización laboral, las nuevas formas de contratación, etc.

Esta fragmentación, entonces, habría venido a romper lo que Svampa identifica como una tendencia a la “homogeneidad social” que tenía sus soportes materiales en los derechos sociales y políticos garantizados por el pleno empleo y la regulacion estatal que se inauguraron durante el Gobierno peronista. Sólo bajo estas condiciones, la autora considera la posibilidad de constitución de una identidad anclada en la experiencia en el mundo laboral.

Pero la autora llega incluso a plantear que la desaparición de aquéllas condiciones y de los mecanismos regulatorios habrían implicado la desaparición de la relacion salarial misma, por ejemplo cuando afirma que desde hace treinta años asistimos a “la erradicación completa de las instituciones y regulaciones características de la llamada sociedad salarial” (13). Pero si aquélla era la genuina sociedad salarial ¿hoy en que sociedad estaríamos? Aunque la autora no suscribe a las teorías del “fin del trabajo”, cae en una fuerte ambigüedad en este punto.

Pero el problema central de estas afirmaciones, reside en que son partidarias de una visión reduccionista y mecanicista de la conformación de las “identidades”. La autora realiza un planteo mecánico a la hora de pensar su constitución, pues para ella de las condiciones del proceso de trabajo se derivarían mecánicamente las pautas racionales de acción y de identificación política que tendrían los sujetos. Es decir que del modelo de trabajo “fordista” se desprendería una identidad anclada en el mundo laboral y una conciencia reformista. Y el neoliberalismo y la división de las filas obreras que trajo como consecuencia serían entonces sinónimo de la formación de múltiples identidades, heterogéneas, lo que habría dado paso al surgimiento de los nuevos movimientos sociales, ahora convertidos en actores centrales. En esta nueva sociedad, las determinaciones económico-sociales serian secundarias a la hora de pensar la constitución ideológica y política de los sujetos.

El surgimiento de nuevos movimientos sociales

Svampa desarrolla sus análisis bajo los fundamentos de las nuevas “teorías” de los movimientos sociales. Desde esta perspectiva, la desindustrializacion y lo fragmentario de la nueva sociedad habrían modificado su carácter clasista. En este sentido, la acción de los movimientos sociales no tendría sus fundamentos en las contradicciones económico-sociales propias de una sociedad capitalista industrial. Por el contrario, se dedicarían a construir “contrapoderes territoriales o culturales” opuestos a las estructuras estatales, pero abandonando la transformación revolucionaria de la sociedad y la lucha por el poder (14). Para la autora “la pérdida de centralidad del conflicto industrial y la multiplicación de las esferas de conflicto pusieron de manifiesto la necesidad de ampliar las definiciones y las categorías analíticas” (15).

Este quiebre del mundo obrero habría dado lugar a un desplazamiento del conflicto hacia áreas urbanomarginales, como lo ejemplifican los movimientos de desocupados. En este sentido, la fragmentación laboral y el creciente alejamiento entre el mundo del trabajo formal, y los sectores precarios y más pauperizados, serían los fundamentos para negar la centralidad del trabajo asalariado en la economía.

Es decir, las categorías marxistas estarían condenadas a ser sólo piezas de museo.

Los “movimientos sociales”, indudablemente se oponen a aspectos opresivos del sistema capitalista. Pero debido a la orientación reformista y autonomista que han tenido, sus demandas pudieron ser reabsorbidas de alguna forma por el sistema. Esto se agudizó, a su vez, por la gran merma de la actividad de la clase obrera y el retroceso de la perspectiva socialista en ella en los últimos 30 años. La estrategia del zapatismo de “cambiar el mundo sin tomar el poder” para ganar espacios de autonomía o autogestión, finalmente se demostró impotente en Chiapas, y así se empezó a combinar con el seguidismo de los “comandantes” al partido “progresista” de la burguesía “opositora”, el PRD. Por ello, las comunidades zapatistas, acosadas por el ejército y los paramilitares, no han podido resolver sus problemas más acuciantes, como el reparto agrario. También en Brasil el acceso de Lula al gobierno significó un reflujo del Movimiento Sin Tierra , con su dirección adoptando una actitud de “apoyo crítico” o al menos de “no beligerancia” frente al gobierno de Lula. En Bolivia, donde el proceso de movilización popular es el mas avanzado de Latinoamérica, lo que se observa es una subordinación de las organizaciones campesinas e indígenas a un proyecto de “capitalismo andino” vía el acceso del MAS al gobierno.

No caben dudas que la ofensiva capitalista de los últimos 30 años creó nuevos agravios y por lo tanto nuevos aliados potenciales de la clase obrera. En este sentido se hace más actual que nunca la perspectiva de que la clase obrera se postule como clase dirigente.

Por lo tanto, no coincidimos en que la pauperización y la fragmentación del mundo laboral, así como el surgimiento de nuevos movimientos sociales, sea sinónimo de perdida de centralidad del trabajo asalariado y de la clase trabajadora como actor colectivo capaz de articular una identidad transformadora. Los ejemplos citados arriba sobre la reconfiguración del mundo salarial (que no es para nada lo mismo que fin de la sociedad salarial) y el consecuente poder económico social de los trabajadores, son los fundamentos estructurales que permiten pensar la posibilidad potencial de una identidad clasista y de la hegemonía obrera como base para la transformación radical de la sociedad capitalista.

Centralidad obrera, ¿”Esencialismo” o hegemonía?

Para la autora el carácter plural de las luchas actuales tendría el merito de cuestionar “la perspectiva historicista y esencialista de la matriz marxista que concluía tanto en la inevitable centralidad de la clase obrera como en una supuesta predeterminación de los sujetos desde lo social” (16). Es decir que acusa al marxismo de ser “esencialista” con la clase obrera, de atribuirle una esencia revolucionaria, una cualidad metafísica. Pero esta burda caricatura que se hace eco de la falsificación que hizo el stalinismo, nada tiene que ver con el socialismo científico.

Cuando desde el marxismo hablamos de la centralidad obrera nos referimos a que es la clase social fundamental y preferente con la cual buscamos confluir como movimiento revolucionario. Las divisiones internas dentro de la clase obrera, exacerbadas por la ofensiva neoliberal, no niegan su centralidad, ya que la base de la misma esta dada por el lugar que ocupan los trabajadores en el proceso de producción y circulación del conjunto de la economía capitalista. La clase obrera continúa siendo la clase más homogénea de la sociedad, unificada objetivamente por la explotación capitalista.

Pero a tal punto los marxistas somos concientes de que la clase obrera no es ontológica ni esencialmente revolucionaria, que nos preparamos para dar una dura pelea dentro de cada fábrica y cada barrio por ganar un sector avanzado de ella para pelear por el socialismo. Es sólo de los aprendizajes que le deja esta lucha de clases que los obreros van forjando su conciencia acerca de los males de esta sociedad, de cómo organizarse y acerca de quienes son sus amigos y enemigos.

A su vez, los marxistas afirmamos que la clase obrera es la única que puede acaudillar al pueblo en una revolución socialista. La clase obrera tiene una enorme potencialidad de erradicar el capitalismo, siempre y cuando, además de las condiciones objetivas, tenga la firme voluntad de hacerlo y tenga una dirección política socialista revolucionaria.

Aunque Svampa habla de articulación y de la necesidad de establecer un polo contrahegemónico, término que remite a la tradición marxista, en manos de nuestra autora, cobra un significado completamente distinto y opuesto a lo que Gramsci (17) entendía. Critica al autonomismo “extremo”, anti político por negar toda “posibilidad de pensar la instancia de la articulación política como algo más que una coordinación horizontal de movimientos diferentes” (18). Para Svampa, se trataría de lograr una forma de organización horizontal donde ningún movimiento prevalezca sobre los demás, tomando como ejemplo la forma de organización asamblearia de 2001-2002 en Argentina, transformado en movimiento político para evitar el aislamiento de los movimientos sociales (19). Para Gramsci, por el contrario, un polo contrahegemónico implicaba un sujeto social, los trabajadores, que articulara alrededor suyo al resto de los sectores sociales oprimidos. Es decir, implica una relación desigual, donde la clase obrera juega un rol central, ya que es la única clase, de entre todos los oprimidos, que tiene la potencialidad de oponer frente al capitalismo un sistema superior, socialista, más allá de que otros sectores sociales también han demostrado una gran capacidad revolucionaria, como las luchas campesinas en América Latina. Pero Svampa niega la posibilidad de que exista un sujeto social articulador que acaudille al conjunto de los oprimidos, y disuelve las clases sociales en la fantasmal e imprecisa categoría de “movimientos sociales”, lo cual implica un retroceso enorme en la teoría social y en el pensamiento político.

Sin embargo, en este punto su pensamiento es sumamente confuso y contradictorio. Por ejemplo, en una entrevista reciente en Página 12, Svampa habla de tres tradiciones que conviven en el campo militante argentino: la nacional popular, la izquierda tradicional, y la autonomista. Y afirma: “En la Argentina, lamentablemente, estas tres tradiciones, en lugar de buscar conciliar y articularse, colisionaron entre sí. Esto no ayudó sino a crear más fragmentación y contribuyó a un cierre en el que nuevamente se invisibilizó el campo militante crítico. Si uno lo mira en contrapunto, en Bolivia también hay tradiciones político ideológicas diferentes y un conglomerado de movimientos sociales, pero estas organizaciones, en las que la matriz indigenista es muy importante, lograron articularse en función de consignas comunes” (20). Así, rápidamente olvida sus ideas románticas de “horizontalismo y autonomía” en ejemplos muy concretos y todo se vuelve su contrario, cayendo en una visión fuertemente verticalista, ya que en Bolivia la “articulación contrahegemónica” entre los movimientos se da, ni más ni menos, que a través del estado boliviano, que aún de la mano de Evo Morales mantiene las relaciones de producción capitalistas y pregona un “capitalismo andino”, con sectores de la burguesía “nacional” (21).

Una visión elitista de la constitución de los “sujetos”

En un seminario realizado en el 2003 (23), Svampa desarrolla una crítica al abordaje de la teoría de la marginalidad elaborada a comienzos de los ´60, sobre el problema de la constitución de los sujetos. Sostiene en el mismo, que “estas eran miradas desarrolladas básicamente “desde arriba”y que “poco se decía sobre los actores sociales y sus propias experiencias”.

Estas afirmaciones entran en contradicción con los trabajos en los que la autora tiende a recaer en una versión poco original de un momento importante de la historia argentina, suscribiendo la idea de que la clase obrera sólo se constituyó como tal con el peronismo: “Le tocaría al peronismo, entre 1946 y 1955, llevar a cabo este proceso de configuración de las clases populares, mediante la integración socio económica y simbólica en términos de pueblo trabajador” (24).

Así, coincide con la fábula que el propio peronismo creó de sí mismo, y hace desaparecer de golpe más de 70 años de historia de lucha y organización previas. En consonancia con lo que veníamos diciendo sobre su aparente “horizontalismo”, Svampa tiene una concepción elitista de la formación de la clase obrera argentina. Los trabajadores sólo podrían reconocerse como clase a través de la “obtención de la ciudadanía” por medio del Estado”incluyente”, el Estado de bienestar, desde arriba, durante el primer peronismo.

Bajo las categorías de “homogeneidad”, “cohesión”, “inclusión”, Svampa oscurece la lucha de clases, por momentos muy aguda, que protagonizó la clase obrera incluso bajo el peronismo. Esto llevó a una experiencia contradictoria, pues al mismo tiempo que la clase obrera lograba grandes conquistas enfrentando a las patronales, perdía su independencia política, para integrarse a un movimiento nacionalista burgués dirigido desde el Estado. Esta contradicción será una característica del movimiento obrero argentino que se pondrá en evidencia en el proceso revolucionario de los ’70 y sobre todo en 1975 con el Rodrigazo, cuando los trabajadores realicen la primera huelga general a un gobierno peronista, en un marco de fuerte polarización y violencia política, de represión estatal y de bandas fascistas.

Entonces, la autora, cae en la paradoja de sostener implícitamente que la identidad de la clase obrera sólo pudo conquistarse gracias a que esta fue “integrada” a un modelo de capitalismo regulado. Si bien, para Svampa, el modelo peronista de ciudadanía estaba lejos de garantizar un acceso igualitario a los derechos y beneficios sociales, “aún así, es innegable que, hasta no hace mucho tiempo, era un país recorrido por una lógica más igualitaria y por una distribución de la riqueza mucho menos inequitativa que la actual” (25) .

Observamos entonces, que no piensa mas que en la “integración positiva” de los sectores populares, regulando al capitalismo, peleando por un Estado “incluyente” con mayor distribución de la riqueza; limitándose a limar las aristas más salvajes del sistema.

Conclusión

El modelo de Bolivia que defiende Svampa no hace más que desempolvar una vieja utopía que se apoya en la idea de que los estados se pueden disputar a favor de las clases populares, presionando a los gobiernos “bolivarianos” para que realicen algunas reformas tendientes a superar la sociedad excluyente paulatinamente. Esto es sin la necesidad de atacar las bases sociales y económicas fundamentales del estado capitalista. Más que articular, el estado burgués en tanto conserva sus bases sociales de dominación, tiene la capacidad de cooptar e institucionalizar a las clases populares. En Bolivia, el gobierno hoy está desmovilizando a los campesinos y pueblos originarios para negociar concesiones a puertas cerradas con la derecha, mientras esta última va por todo en las calles incluso llegando a asesinar a sectores de la base social de Evo, como en la masacre de El Porvenir.

Bajo el gobierno de Evo o de Chávez no se han solucionado los grandes problemas de las masas populares. Los recursos naturales siguen en manos de las transnacionales. Solo se ha aumentado la participación del estado en la renta petrolera o gasífera. Desde ya que estas medidas han provocado una fuerte reacción por parte de las oligarquías agro mineras de la región, pero la política de desmovilización y de pactos constantes con estos sectores dominantes y sus personeros políticos, les ha permitido a los mismos recomponerse. Es por eso que hoy presenciamos su envalentonamiento en varios países del continente cuestionando toda ingerencia estatal que cuestione, aunque sea tibiamente, sus cuantiosas ganancias.

Bajo el gobierno de Evo o de Chávez no se han solucionado los grandes problemas de las masas populares. Los recursos naturales siguen en manos de las transnacionales. Solo se ha aumentado la participación del estado en la renta petrolera o gasífera. Desde ya que estas medidas han provocado una fuerte reacción por parte de las oligarquías agro mineras de la región, pero la política de desmovilización y de pactos constantes con estos sectores dominantes y sus personeros políticos, les ha permitido a los mismos recomponerse. Es por eso que hoy presenciamos su envalentonamiento en varios países del continente cuestionando toda ingerencia estatal que cuestione, aunque sea tibiamente, sus cuantiosas ganancias.

Entre la cooptación y la desmovilización, la encrucijada actual en la que se encuentran los movimientos sociales no puede resolverse vía la “articulación” de sus demandas desde el estado burgués. El estado burgués tiene carácter de clase y por lo tanto se necesita poner en pie al sujeto social capaz de atacar sus bases económicas sociales, que continúan siendo las relaciones de propiedad capitalista. Para eso es necesario preparar una estrategia política que este a la altura de los desafíos actuales.

En Argentina muchos intelectuales como Svampa, tomaron un momento de retroceso de los trabajadores ocupados como norma, y ya no conciben a los trabajadores como la fuerza social capaz de revertir el proceso de decadencia iniciado con el neoliberalismo. Si entre el 2001 y 2003 el protagonismo era casi exclusividad de los movimientos de desocupados y las empresas recuperadas como Zanon y Brukman, Hoy, el movimiento de desocupados ha perdido protagonismo. A la par, desde hace cerca de tres años, tanto en los servicios como en la industria, comenzó a emerger el llamado “sindicalismo de base.” Si bien constituye una minoría en relación al conjunto de la clase trabajadora, los métodos asamblearios, el enfrentamiento a la burocracia tradicional, la solidaridad de clase y la coordinación efectiva constituyen pasos muy importantes de una nueva subjetividad obrera que comienza a emerger.

Las vías para superar la mayor “complejidad de las divisiones sociales” refuerzan la necesidad de que la clase obrera se postule como clase hegemónica.

Para lograr esta perspectiva es necesario que los marxistas aportemos a la construcción de una organización revolucionaria que en cada barrio, universidad y lugar de trabajo organice a los jóvenes trabajadores y estudiantes dispuestos a luchar por transformar de raíz este sistema de explotación. Que pelee por forjar organismos de lucha, que enfrenten a la burocracia sindical y que sirvan para unir al conjunto de los trabajadores. Por su parte la disminución de la concentración fabril hizo que las barriadas obreras y populares se constituyeran en espacios de organización política muy importantes, donde los partidos de las clases dominantes buscan cooptar a los sectores populares para mantener su hegemonía. Entonces, la difícil tarea de soldar una alianza entre la fábrica y el barrio se vuelve una necesidad primordial. No solo para tender un puente entre los trabajadores y los sectores más pauperizados, sino para lograr la propia unidad de las filas obreras, ya que la gran mayoría de los trabajadores precarios y más relegados intercambian experiencias en las barriadas. Pero fundamentalmente, es necesario que dicha organización, rompa con el posibilismo existente y que levante una estrategia de poder. Confiar o presionar a los gobiernos progresistas y populares para que solucionen los problemas de fondo, ha demostrado ser un callejón sin salida. Es necesario que la organización política de los trabajadores levante un programa que articule las demandas del conjunto de los oprimidos y les dé la perspectiva estratégica de la lucha contra el estado capitalista, luchando realmente por el poder obrero y popular.

__________________

LA PAUPERIZACIÓN Y UNA NUEVA REALIDAD URBANA

Lejos estamos de desconocer las importantes implicancias que ha tenido esta transformación del capitalismo. Justamente la nueva configuración del capital, como la describimos con el cambio hacia el consumo de élite, implicó cambios muy profundos en la economía mundial que están detrás del llamado fenómeno de la “globalización”. Esto tuvo consecuencias radicales como las que explicamos más arriba. Hmos asisitido en las últimas décadas a una creciente pauperización de las condiciones de trabajo y de vida que se combino con un fenómeno particular que muchos autores han denominado “favelización”. Esto dio un fenomenos novedoso, con una porción de la humanidad que algunos estiman cercana a una sexta parte, que estaría directamente por fuera del mercado de consumo e incluso en parte por fuera también del mercado laboral, ya que el mercado no requiere su trabajo y se ve empujada a garantizarse ingresos por medio de actividades informales o incluso el delito. Por ello se ha ido reconfigurando el mundo urbano, con un crecimiento inusitado de los asentamientos precarios (como los que en nuestro país llamamos villas miserias) alrededor de las grandes ciudades, donde tienen un peso importante lo que los sociólogos llaman “pobres estructurales”, pobladores de segunda o tercera generación que nunca se han insertado en el mercado de trabajo. Pero por la tendencia al deterioro de las condiciones laborales que se registró paralelamente, sectores de la clase obrera desocupados y arrojados a la marginalidad, o precarizados han pasado a formar parte de esta nueva realidad urbana. Este fenómeno ha sido estudiado en varios trabajos del académico marxista norteamericano Mike Davis (10). Por su novedad, nunca fue previsto ni por Marx ni por ningún otro autor de la teoría social clásica. Ya Trotsky corregía a Marx y Engels alertando sobre el error del pronóstico que sostenía la asalarización de sectores intermedios, pues veía que el capitalismo había arruinado a la pequeño burguesía mas rápidamente de lo que la había proletarizado (11). Es esta tendencia a la ruina de los sectores intermedios la que hoy ha tomado una medida inusitada.

Esto plantea serios y nuevos desafíos para los marxistas revolucionarios, pues no solo veremos a este sector social manifestarse en enormes explosiones sociales muy elementales, como motines, con una parte de ellos como una turba que muy probablemente actuará como fuerza de choque contra los trabajadores, y otra parte que será un potencial aliado en la lucha de clases, aunque a los asalariados esta alianza seguramente le resultará muy tortuosa; sino que la unidad misma de las filas de la clase trabajadora será más difícil de conseguir.

__________________________

EL MOVIMIENTO DE DESOCUPADOS

Para Svampa, en medio de la crisis y la desaparición de las instituciones de la sociedad salarial, las redes y organizaciones territoriales habrían configurado de manera incipiente los contornos de un nuevo proletariado, multiforme y heterogéneo, cuya característica habría estado en la autoorganización comunitaria (12). Esta forma de organización horizontal alrededor de la administración de la asistencia estatal y la autogestión, significó para la autora un avance y un contrapeso respecto a la lógica y al pragmatismo característicos del clientelismo político organizado por las organizaciones del PJ en la negociación con el Estado.

Pero como ella misma reconoce, con la asunción del gobierno de Kirchner la realidad del movimiento de desocupados vivió cambios sustanciales. La masificación de los planes de asistencia social y la reactivación de un discurso nacional y popular, permitió la cooptación de un sector de los movimientos de desocupados y el aislamiento y división de los sectores críticos u opositores al gobierno.

Esto mostró los límites que le significaron al movimiento de desocupados el no haber podido romper con la lógica clientelar, por parte de quienes se propusieron organizarlos, pero abandonaron la pelea por el trabajo genuino, y se negaron a construir un movimiento único con los trabajadores ocupados, que decidiera democráticamente y con libertad de tendencias al interior.

NOTAS

1 Maristella Svampa es licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y Doctora en Sociología. Es investigadora Independiente del Conicet (Centro Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), en Argentina, y Profesora Asociada de la Universidad Nacional de General Sarmiento (Provincia de Buenos Aires). Entre sus libros más recientes se encuentran Los que ganaron. La vida en los countries y barrios privados (2001); Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras (2003, en coautoría) y La sociedad excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo (2005). 

2 Ed. Taurus, Bs. As. 2005. 

3 Ed. Siglo XXI, Bs. As., 2008 

4 La Sociedad Excluyente, Pág. 95 

5 Ídem, Pág. 160 

6 Visión que fue alentada por el imperialismo, cuya propaganda decía que el socialismo no podía ser otra cosa que una sociedad cuartelaria y opresiva como la stalinista, como por la propia burocracia de esos estados, que buscaban legitimarse intentándose mostrar como la continuidad de la revolución de octubre de 1917. 

7 Ídem, Pág. 177 

8 El esquema de acumulación basado en la sustitución importaciones no sólo llegó a su fin por las presiones internacionales que buscaban reorganizar la economía bajo la ofensiva neoliberal. Su decadencia comenzó a expresarse por los síntomas de agotamiento del propio esquema, expresado en las recurrentes crisis de la balanza comercial. Aunque aumentaron las exportaciones industriales a distintos lugares, la industria siguió siendo fuertemente dependiente de la apropiación de la renta agraria y cada vez más de los bajos salarios. Para profundizar, ver “Apuntes para un proyecto de investigación”, Esteban Mercatante y Martín Noda. Punto de desequilibrio n· 1, Facultad de Cs. Económicas UBA, 2007. 

9 Si bien India siempre fue un país capitalista, desde su independencia hasta la irrupción del neoliberalismo en los ’90, por su enorme peso demográfico y geográfico tuvo un desarrollo relativamente autárquico. 

10 “En América Latina, los programas de ajuste estructurales del FMI (a menudo implementados por dictaduras militares) desestabilizaron las economías rurales mientras destruían el empleo y la vivienda urbanos. En 1970, las teorías guevaristas sobre la insurgencia rural a partir del “foco”, aún se correspondían con una realidad donde la pobreza del campo (75 millones de pobres), oscurecía la de la ciudad (44 millones). Sin embargo, para fines de la década de 1980, la gran mayoría de los pobres (115 millones en 1990), vivían en colonias urbanas o villas miseria más que en el campo o las aldeas (80 millones) (…) De hecho, la clase obrera informal (que en parte se confunde pero no es idéntica con la población de las villas miserias) conforma casi 1000 millones de personas, haciendo de ella la clase social con el crecimiento más rápido e inaudito en el planeta”. Y son pertinentes los interrogantes políticos que se plantea: “¿Puede reincorporarse la fuerza de trabajo expulsada en un proyecto emancipatorio global? ¿O la sociología de protesta en la decadente gran ciudad es una regresión a la turba preindustrial urbana, episódicamente explosiva durante las crisis de consumo, pero de todas maneras manejada fácilmente por el clientelismo, el espectáculo populista y los llamados a la unidad étnica? ¿O es algún sujeto nuevo, históricamente inesperado, como ven Michael Hardt y Toni Negri, que observa con resentimiento la superciudad? Por cierto, la literatura corriente sobre la pobreza y la protesta urbana ofrece pocas respuestas. Algunos investigadores, por ejemplo, se cuestionan si los pobres de las villas, de origen étnico diverso o si los trabajadores informales económicamente heterogéneos incluso constituyen una ‘clase en sí’, ni mucho menos una potencial ‘clase para sí’. Seguramente, el proletariado informal soporta las ‘cadenas radicales’ en el sentido marxista de tener poco o ningún interés personal en la preservación del actual modo de producción. Pero debido a que los migrantes rurales desarraigados y los trabajadores informales en gran parte han sido desposeídos del poder de trabajo fungible, o reducidos al servicio doméstico en las casas de los ricos, tienen poco acceso a la cultura del trabajo colectivo o la lucha de clases en gran escala. Su escenario social, necesariamente, debe ser la calle de la villa o el mercado, no la fábrica ni la cadena de montaje internacional” Mike Davis, Planet of Slums, New Left Review 26, Marzo-Abril 2004. http://www.newleftreview.org 

11 L.Trotsky. Noventa Años del Manifiesto Comunista. http://www.ceip.org.ar 

12 La autogestión y los micro emprendimientos no son realmente un contrapeso frente al poder estatal. Defendemos la necesidad de que los desocupados puedan acceder a créditos y planes sociales, ya que es una necesidad urgente. Pero no se pueden elevar a modelo teórico y político prácticas que son solo paliativos y que no constituyen una salida de fondo a los problemas estructurales de nuestra sociedad. 

13 La Sociedad Excluyente, Pág.96. 

14 Estos nuevos actores estarían ejemplificados en el amplio abanico de movimientos sociales, fundamentalmente de base territorial, que durante los 90 reaccionaron frente a las políticas neoliberales. Estos van desde los movimientos de campesinos de corte étnico, pasando por los movimientos ecologistas y feministas, hasta los movimientos urbanos que se movilizan en defensa de la tierra y por la satisfacción de las necesidades básicas (como el movimiento de desocupados argentino). Según Svampa, estos “movimientos sociales latinoamericanos han desarrollado una dimensión mas proactiva que abre la posibilidad de pensar nuevas alternativas emancipatorias a partir de la defensa y promoción de la vida y la diversidad”. Cambio de época, Pág. 77 

15 La Sociedad Excluyente, Pág.205 

16 La Sociedad Excluyente, Pág.206 

17 Y Lenin, que es su mentor en el concepto de hegemonía. 

18 Ver Svampa “A cinco años del 19/20 de diciembre” (http://www.maristellasvampa.net

19 Ídem. 

20 “Se invisibilizó el campo crítico”, Página 12, 01/09/2008 

22 Para Svampa, la creación de un estado plurinacional vía la constituyente, en Bolivia, daría muestra de una “voluntad política refundacional en la cual tiende a articularse la acción de los movimientos sociales contra hegemónicos y los nuevos gobiernos de izquierda” Cambio de Época, Pág.82. 


24 La sociedad excluyente, Pág. 163.