El arte y el mercado. ¿Una relación armónica e incompatible?. Martín Yáñez y Cecilia Gargano

Numerosos artículos publicados en distintas revistas culturales y páginas de Internet dan cuenta del gran negocio del arte. Ante la crisis económica internacional, consideran que el arte puede ser una inversión más segura que otras opciones financieras. Incluso plantean que invertir en obras de artistas plásticos bien posicionados en el mercado puede generar hasta un 30% de rentabilidad anual. Tanto las empresas de subastas que a nivel mundial se han convertido en verdaderas corporaciones, como la proliferación de numerosos y nuevos coleccionistas, representan las ansias especulativas que han rodeado a la producción artística, y que a su vez generan status y prestigio.

La ideología dominante intenta naturalizar y armonizar la relación entre el arte y el mercado. Desde la mayoría de las publicaciones culturales, las academias y las universidades, hasta las entidades gubernamentales y las instituciones privadas del arte, se promueven estas falsas ideas de armonía. Donde la experimentación y la libertad de creación supuestamente se corresponden con la competencia comercial y la industria cultural. Todos se empecinan en ocupar un lugar en el negocio del arte, y ocultar la contradicción permanente a la que está sometido el espíritu libre de todo arte auténtico bajo el dominio capitalista.

En nuestro país, sobre todo en la ciudad de Buenos Aires, existen numerosas galerías y salas de compra-venta dedicadas al negocio del arte. La feria de galerías de arte contemporáneo más importante de Argentina, arteBA, aunque se anuncie hipócritamente como “una ONG sin fines de lucro”, sirve cada año como mercado para coleccionistas y galerías. Entre tanto marketing y mediocridad, encontramos que su presidente Facundo Gómez Minujín (1), es un abogado especialista en finanzas internacionales. La feria se desarrolla con el patrocinio de Petrobras, que incluso inventó un premio con su nombre (2). Esta multinacional al igual que Repsol y Telefónica, auspician concursos y todo tipo de eventos, para fomentar cínicamente la idea de un compromiso empresarial con el desarrollo artístico del país. Hasta la empresaria y coleccionista Amalita Fortabat abrirá su propio museo en Puerto Madero.

Cuando los políticos, tanto oficialistas como opositores, hablan de programas culturales o de impulsar el arte, en realidad están hablando de impulsar el mercado. Mauricio Macri, apareció este año dirigiendo la subasta del Museo Sívori donde se remataron obras de distintos artistas plásticos, como las de León Ferrari, que años atrás fueran censuradas por la presión de la Iglesia, y hoy no sólo le dan prestigio a un coleccionista privado sino que en el futuro pueden darle nuevos dividendos.

Por otro lado el gobernador Scioli lanzó su proyecto “Marca Folklore Buenos Aires”. No es casual que la denominación “Marca” identifique a un programa cultural con la lógica mercantil, donde las empresas y los políticos hacen sus negocios, utilizando demagógicamente un discurso de impulso al arte y reafirmación de “la identidad”. Con ésta política buscan integrar la identidad cultural, las fiestas populares, el impulso de artistas y de artesanos, con el desarrollo de una industria cultural propia: “…Folklore Buenos Aires asiste a toda la cadena de producción involucrada en el desarrollo del folklore de la provincia. Esta cadena excede a los músicos e involucra a otros eslabones. Son ellos quienes generan empleo y entramados productivos. Replicadoras, imprentas, sellos discográficos, managers, productores, técnicos, empresas de distribución y entorno digital, disquerías, radios provinciales, nacionales y regionales…” (3). Al promocionar el nuevo sitio web, www.folkloreba. com, se plantea que habrá conferencias, talleres y reuniones de negocios con importantes “referentes de la música” como el presidente Sur de Sony-BMG, el sello Suramusic, el director de Tipica Records, de CAPIF (4), etc.

Es habitual que desde el oficialismo se hable de revalorizar “nuestra identidad” y desarrollar la “cultura nacional y popular”. Sin embargo, el doble discurso gubernamental queda permanentemente en evidencia cuando anuncian los millones de dólares que pagan a los organismos financieros internacionales. Hablan de “cultura nacional” quienes mantienen la dependencia económica, política y social y por ende cultural. Incluso cuando se menciona demagógicamente el rescate

de la “identidad”, es siempre buscando que ese “rescate” signifique el desarrollo de un nuevo nicho de mercado. No es casual que las universidades y otras instituciones de enseñanza artística se adapten a este discurso oficial, fomentando “la identidad nacional” y al mismo tiempo naturalizando la lógica de atar el arte al mercado.

Es necesario enfrentar esta ideología dominante y dejar en claro que nada pueden tener en común las verdaderas manifestaciones artísticas y culturales del pueblo, con la demagogia del gobierno y la estandarización que el mercado busca con ellas (5).

La creación artística y la mercancía

El libre desarrollo de la creación artística y cultural no puede revestir un carácter reformista o alternativista, sólo desde una perspectiva revolucionaria se podrá liberar definitivamente al arte de las cadenas que lo atan. Puesto que el capitalismo no puede ser humanizado, el arte no puede armonizar con él sin deshumanizarse y negarse a si mismo. Está en permanente tensión, no puede convivir armónicamente con la lógica del capital, ni tampoco mantenerse totalmente al margen.

Como sabemos el capitalismo, se basa en el intercambio universal de mercancías, donde la gran mayoría de los productos del trabajo humano pueden ser cotizados y valorizados en el mercado. El arte no puede escapar por si sólo a esta norma, ¿pero por qué no es armónica la relación entre el arte y el mercado?

En principio, consideremos a la obra de arte como el producto del trabajo artístico que es una parte diferenciada del trabajo humano general. Cuando nos referimos a trabajo humano, no nos estamos refiriendo a la forma que adquiere el

trabajo en la sociedad capitalista (trabajo asalariado y enajenado), sino a lo que Marx define como la principal actividad humana. A través de la cual el hombre se relaciona con la naturaleza, plasmando su propia subjetividad en algo externo a sí mismo, objetivándose.

El arte, también es la plasmación de la subjetividad en un material o manifestación, donde el artista exterioriza un determinado sentimiento, idea o preocupación. En este sentido es el producto del encuentro, muchas veces arduo, de un determinado material y sus cualidades físicas pero también históricas y sociales, con la subjetividad de un artista que trata de expresar sus inquietudes en ese material y en ese trabajo. El trabajo artístico entonces, es guiado ante todo por la necesidad de expresión y de apropiación de la realidad, de manera libre, concreta y sensible.

Veamos ahora por qué una obra artística no puede ser producida de la misma forma que una mercancía, es decir como producto para ser intercambiado en el mercado, donde es considerado su valor de uso pero sobre todo su valor de cambio.

Así como todo objeto producido por el trabajo humano, una obra de arte también tiene una utilidad, que satisface una necesidad humana, podríamos decir un valor de uso. No hay arte por el arte mismo o arte gratuito o sin sentido, toda expresión artística satisface una necesidad específica peculiar, personal y social, siendo cualitativamente única e irrepetible. Un poema, una pintura, tienen su fundamento propio en su utilidad y necesidad espiritual, sensorial y cognoscitiva, es decir en su especificidad artística.

Por otra parte, en el mercado capitalista, todos los objetos producidos por el hombre adquieren un valor de cambio para poder ser intercambiados. Como son distintos y tienen valores de uso específicos, es decir son cualitativamente diferentes, para poder cuantificarlos y otorgarle un valor de cambio universal se debe encontrar una característica común a todos ellos. Lo único común que poseen es que todos son fruto del trabajo humano, el valor de cambio entonces es la cuantificación abstracta del trabajo humano empleado en la producción de cada mercancía. Marx lo define como el trabajo socialmente necesario (6).

¿Pero qué pasa con el arte? Como resultado de un trabajo concreto indisoluble, la obra de arte no puede adquirir un valor de cambio. La creación artística aparece vinculada a la forma y contenido de la obra, y su concreción es su individualidad concreta. Un hombre concreto con toda su riqueza humana y social, es el que se objetiva en el curso de su trabajo, y cuanto más personal y concreta sea esta actividad, es decir, cuanto menos despersonalizada y uniforme, tanto más revelará su carácter creador y su contenido humano.

Por lo tanto la obra no puede ser indiferente a estos aspectos sociales e individuales, cualitativamente específicos y por esta razón no puede producirse en serie como cualquier mercancía. Tampoco se puede comparar dos trabajos artísticos entre sí, estableciendo entre ellos una relación cuantitativa, considerándolos como cantidades de un trabajo universal abstracto, es decir negando su carácter cualitativo y su especificidad. El valor de una obra de arte no puede medirse por el tiempo acumulado socialmente necesario, estableciendo una medida común para toda la producción artística. El tiempo de la creación varía de unos individuos a otros, e incluso en las obras de un mismo artista. La sensibilidad artística no puede ser totalmente dirigida o pronosticada, es decir estandarizada, ya que tiene distintas idas y venidas, obstáculos y atajos, imposibles de predeterminar de antemano sin de esa manera quitarle el carácter específico y cualitativo como actividad creadora.

Por esta razón la actividad artística no puede ser influida por el mercado sin sufrir todo tipo de sobresaltos y contradicciones, sin perder así parte de su naturaleza libre y creadora.

Si bien la obra de arte es comercializada y el capitalismo busca generar todo tipo de negocios a su alrededor, su producción sigue siendo considerada socialmente por su carácter único, especial y original. Incluso como su valor no puede establecerse con los mismos parámetros de cualquier mercancía, el mercado muchas veces le adjudica precios siderales a las obras como forma de cotizar esa “característica particular” de no poder ser producidas en serie, valorizando de manera especulativa ese carácter irrepetible y a la vez intangible en dinero, que posee el arte.

Productividad o improductividad del arte

A pesar de que el mercado no puede estandarizar completamente la producción artística, su influencia en la distribución y comercialización actúa de manera invisible y sobre todo hostil.

Si el valor artístico de una obra se halla en una relación directa e inmediata con esta (7), cuanto más se somete el arte a las leyes del mercado tanto más tiende a diluirse ese valor artístico. La obra de arte al entrar al mercado en cierto sentido es despojada de su significación humana y su especificidad, para ser cuantificada y adquirir productividad, es decir para ser valorada por su capacidad de producir ganancia.

El valor de una obra de arte en el mercado queda sometido a las leyes de la oferta y la demanda, a las especulaciones financieras y a las fluctuaciones accionarias, en fin, al frío cálculo monetario y a la más profunda deshumanización. Por ejemplo en internet hay páginas especializadas que ofrecen un servicio de cotización, donde un artista puede enviar por esa vía las características de su obra y un equipo de especialistas, (Lic. en historia del arte, profesionales y económetros del mercado del arte) la analiza y le ponen un valor y proyectan en qué mercado podría venderse. Ej: “La estimación de su obra de arte por Artprice en 48 horas - a partir de 29Eur. ¡Envíe su obra de arte ahora!”(8). La Galería Picasso- Mio, otra de las más poderosas empresas del arte a nivel mundial, también ofrece servicios de cotización de obras, para pinturas por ejemplo: hasta 500 euros las pequeñas, 1500 las medianas, y 3000 las grandes. Se valoriza la obra entonces a partir de esta burda medida estándar de formatos, tamaños y estilos.

En el arte se produce la misma deshumanización que con cualquier objeto que se intercambia en el mercado, pero las consecuencias son más evidentes ya que toda producción artística se apoya en expresar y objetivar la presencia de lo humano en el universo. Por ello la creación artística y sus obras al ser absorbidas por el mercado deben en menor o mayor medida negarse a si mismas, desechando así cualquier equilibrio o armonía con el sistema capitalista.

Cuando prima el criterio de crear plusvalía y obtener ganancia, la obra de arte solo es considerada y valuada por su productividad. Las ramas artísticas que hoy están ampliamente orientadas por el mercado hacia un público masivo, formando parte de las llamadas industrias culturales, son las industrias audiovisuales (cine, TV), las fonográficas (música, radio), la industria editorial (los best-seller literarios), junto al diseño y la publicidad (muchas veces vinculadas a las anteriores). La arquitectura también ocupa un lugar notable. Las artes plásticas, sobre todo la pintura, como vimos, y la escultura, también han sido considerablemente mercantilizadas aunque ya no para un publico masivo sino más bien para una elite.

Las industrias culturales, son definidas por la misma Secretaría de Cultura de la Nación como “creadoras de valor simbólico, generadoras de desarrollo económico y de puestos de trabajo” (9), planteándose entonces como “un sector de la economía que se caracteriza por generar bienes y servicios de contenido simbólico”.

Solo para nombrar algunas características de cómo se desenvuelven en nuestro país podemos apuntar que la industria editorial junto a la TV son las que mas facturan. En las editoriales “las 20 firmas nacionales más importantes (casi todas de capital extranjero) concentran el 50% de la producción y las ¾ partes del mercado…” (10), mientras que el precio final de los libros ya ha subido más de un 150 %, convirtiéndolo en un objeto de lujo, inaccesible para los sectores populares. Con respecto a la música se registra que “la facturación del sector en el año 2007 supera a la mejor alcanzada durante los ‘90”, mientras que “las 4 compañías discográficas más importantes (Universal, EMI, SONY y Warner) dominan más del 80% del mercado en el país y en el mundo” (11). En la industria cinematográfica los datos marcan que “la recaudación anual muestra un aumento progresivo, llegando en 2007 a un récord histórico, que triplica a la registrada en 2001. No obstante, la cantidad anual de espectadores muestra un descenso ininterrumpido desde 2004” (12). Este año hubo un millón y medio de espectadores menos que en 2007 en las salas de cine, siendo sobre todo un sector social de clases medias el que hoy puede acceder al altísimo precio de las entradas.

En efecto, la obra de arte es “productiva” cuando se destina al mercado, cuando se somete a las fluctuaciones de la oferta y la demanda. Y como consecuencia, al no existir una medida objetiva que permita determinar su valor, el artista queda sometido a la anarquía del mercado, a las modas, los gustos, preferencias y concepciones estéticas que prevalecen decisivamente en el mercado. Las industrias culturales tienden a estandarizar las obras en todos los niveles posibles, se estipulan plazos y tiempos de creación, formatos, duración, tamaños, etc... La industria cinematográfica es un claro ejemplo.

Si la mayor productividad capitalista se alcanza cuando reviste la forma de trabajo asalariado, la actividad artística sólo será productiva en la medida en que cobre esta forma económica, o se acerque a ella, aunque esto adultere el mismo destino del arte como actividad humana en la que el hombre se afirma y expresa libremente.

Marx caracteriza al trabajo asalariado por la pérdida cada vez mayor de su carácter de arte, convirtiéndose en una actividad puramente formal y mecánica que se opone radicalmente a él. “…Esta relación económica –el carácter que revisten el capitalista y el obrero como extremos de una relación de producción- se desarrolla, por consiguiente, de un modo tanto más puro y adecuado cuanto más va perdiendo el trabajo su carácter de arte; o sea en la medida en que su particular destreza se convierte en algo cada vez más abstracto e indiferente, en una actitud más y más puramente abstracta, meramente mecánica y por tanto, indiferente a su forma específica; en una actividad puramente formal, o, lo que es lo mismo, puramente material o indiferente a la forma” (13).

Si la transformación del trabajo en trabajo asalariado significa la pérdida de su carácter artístico, la extensión de las leyes de la producción capitalista al trabajo artístico solamente puede significar la negación de la actividad artística como tal. El trabajo asalariado no puede aplicarse a la creación artística sin destruir su propia naturaleza. El trabajo artístico no puede prescindir de su forma concreta y determinada ya que consiste justamente en ella.

De esta manera el trabajo artístico solamente se puede salvaguardar manteniéndose como una actividad improductiva desde el punto de vista del mercado capitalista, e incompatible con el trabajo asalariado.

Las exigencias del mercado afectan directamente tanto al contenido como a la forma de la obra de arte, con lo cual se limita así al artista y con frecuencia niega o restringe sus posibilidades creadoras, su individualidad. Se produce así una especie de enajenación, que deshumaniza y desnaturaliza la esencia del trabajo artístico. El artista no se reconoce plenamente en su producto, pues todo lo que crea respondiendo a una necesidad exterior es extraño y ajeno a él. El trabajo artístico no puede ser considerado como un medio para el artista. Hoy siguen vigentes las ideas sobre la libertad de expresión intelectual y artística que el poeta surrealista Andre Breton y el revolucionario León Trotsky citaban hace 70 años en el Manifiesto por un arte revolucionario independiente (14):

La idea que del escritor tenía el joven Marx exige en nuestros días ser reafirmada vigorosamente. Está claro que esta idea debe ser extendida, en el plano artístico y científico, a las diversas categorías de artistas e investigadores. “El escritor –decía Marx– debe naturalmente ganar dinero para poder vivir y escribir, pero en ningún caso debe vivir y escribir para ganar dinero... El escritor no considera en manera alguna sus trabajos como un medio. Son fines en sí; son tan escasamente medios en sí para él y para los demás, que en caso necesario sacrifica su propia existencia personal por la existencia de sus obras... La primera condición de la libertad de prensa consiste en que no sea un negocio” (15).

La búsqueda de la libertad

Si bien el mercado intenta someter, cada vez más, a toda la producción artística bajo su lógica, esto es sólo una tendencia general, y se da combinando crisis y resistencias. En definitiva el capitalismo no puede estandarizar todo el arte porque lo liquidaría como tal y en consecuencia no podría venderlo.

Por ello no se puede hablar de una relación equilibrada y armónica, y mucho menos naturalizarla. Todo depende de varios factores históricos y sociales, e incluso de las particularidades entre las distintas ramas del arte. Cuanto más rentable se vuelve una disciplina artística, tanto mas se limita la creación para asegurar las ganancias, ajustándola a mayores prescripciones y al consumo de un público masivo. Por ejemplo en la TV o en el cine la creatividad sufre un marco mucho más hostil. Sin embargo la productividad capitalista no puede fácilmente conquistarlo todo, y surgen artistas y obras, realizadas incluso dentro del circuito comercial, que afirman la naturaleza creadora del arte en medios mucho mas adversos. No son sólo excepciones que confirman la regla sino que son demostraciones de como el arte también lucha por trascender las miserias del capitalismo. El arte produce grandes obras a pesar del mercado, y no gracias a él. Esta relación de hostilidad del capitalismo hacia el arte y la continuidad del desarrollo artístico a pesar de él, no es inmutable, sino que está en una tensión permanente. En grandes términos, también varía con el periodo histórico, es decir con la lucha de clases y con su impacto en la esfera cultural.

La creación artística busca permanentemente desarrollarse siendo fiel a sí misma. Una búsqueda que implica una lucha continua por conquistar la libertad de creación. Pero esta libertad no puede tener un sentido idealista que excluya todo condicionamiento y dependencia, sino que es una conquista del artista sobre su propia necesidad. El artista no puede crear por fuera de su época y de su herencia cultural. Puede utilizar nuevas técnicas y materiales, puede romper con tradiciones y herencias, pero siempre partiendo de ellas, no parte nunca de cero, o lo que es lo mismo su libertad y su necesidad no son conquistas ahistóricas.

Toda obra de arte genuina es una manifestación concreta e histórica de la búsqueda de la libertad de creación. El artista crea conforme a una necesidad interior, como sujeto activo que es parte de un mundo y una época social. Su relación con el objeto y con su actividad creadora es una relación intrínseca, necesaria, concreta, no indiferente e inalienable.

Cuando crea para subsistir ya no crea para sí, sino para otro, con una relación semejante a la del obrero con el capitalista. Ya no crea por una necesidad interior de expresarse artísticamente, sino por una necesidad exterior al arte, la de subsistir, la de vender en el mercado. Su actividad artística se vuelve, formal, abstracta, limitada por necesidades exteriores a la creación. Por eso cuando se habla de libertad de creación, se debe hablar con respecto a liberar al artista de todo tipo de presiones, injerencias e intereses externos y ajenos al propósito artístico.

Hay grandes franjas de artistas que intentan resistir, al producir y difundir por fuera de los circuitos comerciales del arte, y otros que aunque quisieran, no pueden entrar en ellos por las propias particularidades de su disciplina o por el desarrollo que tenga el mercado de esta disciplina en su región. También están los que intentan bucear, sin contaminarse demasiado, en estos circuitos de la competencia, donde soportan grandes frustraciones, censuras, limitaciones e incomodidades. Incluso cuando el artista produce para el mercado, se resiste a perder toda su personalidad creadora, la expresa en parte, entra en crisis, pelea como puede.

A veces el artista produce un poco para el mercado y un poco para sí mismo, desdoblando su actividad, exponiéndose a confundir y contaminar su personalidad creadora. Otras veces produce separando completamente su actividad creadora de su actividad por subsistir, desarrollando también una doble vida que lo aliena y desintegra su creatividad (16).

Pero también hay artistas que se rebelan concientemente del mercado, y luchan por la transformación social, denunciando los valores del mercado y la clase dominante.

La contradicción Arte-Subsistencia o Arte-Mercado, fue la que fogueó a muchos movimientos artísticos del siglo XX, algunos de manera mas consciente que otros. Los que más sintieron la verdadera raíz del antagonismo irresoluble entre la producción artística y producción capitalista, se convencieron de que la salida no podía provenir de un cambio en la creación artística, sino de una transformación radical del sistema económico- social. Como planteaba el manifiesto de Breton y Trotsky, la búsqueda de la libertad no puede dejar de enfrentarse al conjunto del sistema capitalista y tener una clara perspectiva revolucionaria:

“El verdadero arte, es decir aquel que no se satisface con las variaciones sobre modelos establecidos, sino que se esfuerza por expresar las necesidades íntimas del hombre y de la humanidad actuales, no puede dejar de ser revolucionario, es decir, no puede sino aspirar a una reconstrucción completa y radical de la sociedad, aunque sólo sea para liberar la creación intelectual de las cadenas que la atan y permitir a la humanidad entera elevarse a las alturas que sólo genios solitarios habían alcanzado en el pasado. Al mismo tiempo, reconocemos que únicamente una revolución social puede abrir el camino a una nueva cultura.”

En definitiva, no puede existir armonía o equilibrio entre la producción artística y el mercado, por las limitaciones al libre desarrollo de la creatividad que implica la obra enchalecada dentro del marketing capitalista, pero tampoco puede existir armonía con respecto al acceso de las masas al arte y la cultura por medio del mercado, tema que no desarrollamos en esta nota pero que esta íntimamente ligado.

La apropiación privada del arte tampoco genera una relación armónica entre la obra y el espectador. Hoy la exclusividad del poseedor y la obra, casi se restringe a la plástica, sobre todo a la pintura de caballete, así como a la escultura. En las demás artes, literatura, teatro, cine, música, etc. el principio de propiedad se manifiesta sobre todo en los fines productivos que acrecientan las ganancias de los empresarios del arte. La maquinaria de la industria cultural produce cada vez más chatarra “artística” promovida hasta el hartazgo por la publicidad y el merchandising a través de los grandes medios de comunicación.

Mientras el mercado domina cada vez más las nuevas o viejas expresiones artísticas, el acceso al arte y la cultura es cada vez más restringido, volviéndose un derecho o privilegio de un sector reducido de la sociedad.

En nuestra época, el desarrollo de las fuerzas productivas, y dentro de ellas, la ciencia y la técnica, han generado las condiciones para que toda la humanidad pueda elevar notablemente su nivel de vida material y espiritual, pudiendo también tener mas tiempo libre, que entre otras cosas, haga posible el acceso pleno a la cultura y el arte, a su producción y a su satisfacción.

Sin embargo, el capitalismo coarta todos los derechos y placeres de las masas. El mercado, el trabajo asalariado y el principio de propiedad privada establecen un divorcio entre el artista consigo mismo y también con el público. El capitalismo entra en contradicción con el arte al impedir que cumpla su destino propio, es decir como actividad humana para todos los hombres.

Los medios de producción artísticos puestos al servicio de los trabajadores y el pueblo otorgarían una nueva calidad humana al conjunto de las masas. Expropiando a los grandes medios de comunicación, de producción y de difusión artísticos, y luchando por el acceso gratuito a la cultura y la educación es que se podrán conquistar estos derechos, en el camino de una transformación revolucionaria de la sociedad. Es decir, desde una perspectiva socialista. La única que puede conducirnos a terminar con la explotación asalariada, logrando un tiempo ocioso en la vida cotidiana de la mayoría de la sociedad y una riqueza material y espiritual, indispensables para la actividad creativa.

NOTAS

1 Además de los negocios, la única relación que tiene con el arte es ser el hijo de la glamorosa y cotizada artista plástica Marta Minujin. 

2 El Premio arteBA-Petrobras de Artes Visuales 


4 Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas, (22 productoras asociadas que representan el 90% del mercado). En su web oficial se presentan así “CAPIF representa a la industria argentina de la música. Es una organización sin fines de lucro integrada por compañías discográficas multinacionales e independientes…” Multinacionales sin fines de lucro, cuanta hipocresía desvelada. 

5 En los estudios sobre los cambios en la producción artesanal en “Arte indígena actual”, la Profesora e investigadora de la Fac. de Bellas Artes Leticia Muñoz Cobeñas realizaba estas reflexiones. Si bien se refiere a comunidades del NOA nos parecen oportunas para un mejor entendimiento del tema. “En la realidad se ha observado como el mercado se ha apropiado de lo tradicional y ha reorganizado el significado del arte de los “antiguos” y le ha dado una forma en un sistema unificado de producción, cuya significación es desconocida no sólo para quienes lo hacen sino para toda la población regional en general, reduciendo todas las sintaxis y significaciones a una misma variante: lo típico, fosilizando el pasado y desvinculando los actuales objetos culturales del hecho vital que los produce. No se sabe nada del factor humano que los elabora, ni de las condiciones de producción, ni de su valor simbólico. En términos generales poco se sabe del trabajo concreto del hombre que lo hizo, convirtiendo la producción dentro del mercado en un mero valor de cambio sin significación alguna, pasando a enajenar su origen y por ende pasar a tener solo valor de mercancía.” […] “Lo folklorico no se determina por una supervivencia a ultranza de lo arqueológico, bajo los cánones establecidos por el mercado de consumo turístico, sino por una nueva creación de objetos culturales creados o recreados en base a necesidades del nativo regional, sin manejo codicioso de sectores dominantes, marchands o boutiques de lo tradicional.” 

6 Las palabras “socialmente necesario” tienen una gran importancia porque no es cualquier cantidad de tiempo de trabajo el que determina el valor de cambio, sino el tiempo medio que, bajo determinado desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas, la sociedad asume como necesario para producir la mercancía en cuestión. 

7 Es decir su valor artístico no sólo se halla en su forma y sus propiedades concretas, sino también en la relación con el contexto social, la época, contemporaneidad y con el medio en donde actúa o se sitúa. No se resume todo en la obra aislada, sino que se establece también a partir de su relación con el productor y con el público. Teniendo en cuenta el tiempo y el espacio respectivo donde se desarrolla, los materiales, la tradición, y dónde se difunde o se experimenta la recepción de la obra por parte de la sociedad. 


9 Página web de la Secretaría de Cultura de la Nación (www.cultura.gov.ar

10 Idem. 

11 Idem. 

12 Idem. 

13 Karl Marx. Grundrisse -Elementos fundamentales para la crítica de la economía política- 1857-1858. 

14 Firmado por Breton y Diego Rivera que sustituyó la firma de Trotsky por cuestiones tácticas. El manifiesto tenía la intención de fundar una federación internacional de artistas revolucionarios (FIARI) capaz de resistir desde una perspectiva anticapitalista y revolucionaria, a la crisis histórica que acechaba al mundo y a la cultura, con el fortalecimiento del stalinismo, el ascenso del nazismo y la preparación de los imperialismos para desatar la segunda guerra mundial. Además, la referencia al joven Marx, es una cita de su articulo “Debates sobre la libertad de prensa” publicado en La Gaceta Renana en 1842. 

15 En la mayoría de las traducciones aparece “oficio” en vez de “negocio”, y en otras aparece “industria” o “profesión”. Preferimos dejar “negocio” ya que Marx se refiere al trabajo asalariado, o al trabajo para otro fin (subsistir) que no sea el trabajo mismo. La palabra “oficio” puede confundirse con el oficio del artesanado, es decir con el saber de una técnica, lo mismo sucede con “profesión”. La palabra “industria” puede llevar a pensar solo en el trabajo industrial como colectivo y en serie. La mejor acepción creemos que puede ser “negocio”, pero en el sentido que se desprende de toda la frase, es decir, negocio como “medio” para obtener dinero y lograr la subsistencia. Posteriormente en otros escritos, Marx va a referirse directamente a la contradicción entre el arte y el trabajo asalariado. 

16 “Sí que sientes culpabilidad entre una obra y otra. Vuelves a lo que la pequeño burguesía llama realidad; vuelves a la subida del alquiler y a la factura del teléfono. Todo el mundo se imagina que el artista es un titán; fuerte, independiente, libre, aunque carezca de posesiones. En realidad, es totalmente dependiente. El mecenazgo ha quedado reducido a un tipo de limosna que no da para todos. Para el resto queda la vocación económica de la enseñanza…” (John Berger. “Un Pintor de hoy”. Bs.As. Alfaguara 2005)